(Opinión) Semi… ¿Final?

Todos los mundiales traen consigo un elemento de sorpresa. Este en particular ha demostrado ser inmensamente  radical en este rubro, si bien se recuerda el cuarteto semifinal de Japón-Corea 2002 como uno particularmente extraño, la final terminó editando el primer enfrentamiento de la historia mundialista entre dos selecciones acostumbradas a estas instancias definitivas: Brasil y Alemania.

Pese a los peculiares acontecimientos que ocurrieron en esta edición del torneo más importante del deporte más popular del mundo, se comprobó una teoría que si bien no es irrefutable, casi siempre es precisa: Las sorpresas llegan hasta octavos, las revelaciones llegan hasta cuartos, pero los campeones… los campeones son los que llegan a jugar los tan anhelados 7 partidos de la competición.

Así que como la tradición futbolística marca, 4 potencias se veían las caras en las semifinales: Los pentacampeones (Brasil), los que siempre ganan 11 contra 11(Alemania), los creadores de leyendas (Argentina), y los eternos subcampeones (Holanda). Sin embargo, y a pesar de que “los de siempre” llegaban a las instancias definitivas, Brasil 2014 nos tenía preparada una sorpresa “Teutónica” más que titánica para uno de estos encuentros.

Se sabía que la lesión de Neymar y la suspensión de Tiago Silva iban a afectar al conjunto local de cara a la semifinal contra Alemania, así que Felipao decidió acomodar un equipo aún más tacaño que el que había parado frente a Colombia, y todo parecía indicar que iba a aparecer de nuevo el mismo “guiño” arbitral que había acompañado a la verde amárela a lo largo del torneo.

Pero Alemania con toda su jerarquía en la mochila salió a dictar una cátedra futbolística de antaño que sorprendió a propios y extraños, pues Joaquim Low quien hasta los octavos de final estuvo experimentando, acomodó un equipo similar al que tanto rédito le había sacado desde el 2006 al conjunto germano, quizá con Tony Kross jugando de Özil y el volante del Arsenal jugando ála Podolski.

Brasil salió al campo de juego a romper paradigmas, mismos que para la historia del pentacampeón eran inmensamente favorables, y jamás pudieron recuperarse del primer tanto alemán que concluyó con la histórica goleada que hoy hace eco en todos los medios deportivos del mundo. Si afirmé hace unos días que el futbol había muerto cuando contra Colombia el scratch abandonó todos sus principios del “Jogo Bonito”, los “Teutones” se encargaron de organizar el velorio y el entierro de la ausencia futbolística que exhibieron los locales durante todo el torneo, si bien lo lograron reivindicando al deporte más hermoso del mundo con una ejemplar exhibición, se enfrentaron contra un equipo que mostró el lado más feo de su inmensa historia futbolística, y además llenos del elemento de suerte que siempre acompaña a estos partidos fuera de contexto donde le sale a uno todo y al otro no le sale media (no creo que hayan seis goles entre Brasil y Alemania, ni siquiera éste Brasil).

Igual, la realidad marca que la canarinha nunca había recibido antes paliza semejante en copas del mundo.

La otra llave enfrentaba a una Argentina que recordaba más a esa luchadora de Italia 90 que a la vistosa de México 86, y que venía en curva ascendente durante el torneo, frente a una Holanda que tuvo su pico más alto en el primer partido cuando selló el fin de una era gloriosa para el futbol de España.

Mucho más parejo que la otra semifinal,  el partido se mostró favorable para los gauchos al menos en la posesión de balón, demostrando que el ítem que más preocupaba previo al torneo (el orden defensivo) se había mostrado más determinante que el que menos dudas generaba a priori (la contundencia en ataque). Con un Messi que aceptó el sacrificio de retroceder hacia la función de armador y un Romero que había acallado las dudas que lo rodeaban por su escasa participación en la temporada, la albiceleste logró sacar por penales a una Naranja Mecánica que fue perdiendo algunos engranes a medida que pasaban los partidos, y que además llevaba al hombro la estadística negativa de que el único equipo que había logrado dos clasificaciones por penales consecutivas en un mundial, había sido precisamente la albiceleste con el grandioso Goycochea en 1990.

El resultado: Una reedición de las finales de México 1986 (una de las mejores a mi gusto) y la de Italia 1990 (flojísimo encuentro) las cuales fueron ganadas en una ocasión por cada conjunto, y la final más coherente de acuerdo al desempeño de ambas selecciones en el torneo.

La belleza estética de este certamen me hace pensar que es posible presenciar la mejor final del mundo desde tiempos inmemorables, acorde con un torneo que nos ha mostrado una transición en el fútbol mundial para satisfacción de nosotros los fanáticos.

Nicolás Villamizar

@Nicotine28