Creo que el primer mundial de fútbol en el que tuve uso de razón fue el de Italia 90, quizá como muchos niños de 10 años en esta época no entendía porque era tan importante que Colombia estuviera en el mundial, ¿no se supone que Colombia siempre está en el mundial?. Pues resulta que no, entonces corrí buscando a la figura paterna que me imprimió el amor por el fútbol y le pregunte: ¿Colombia no está siempre en el mundial?, y me respondió riéndose y con gran énfasis: -noooo, yo me acuerdo que cuando uno veía el mundial siempre iba por Brasil; ¿por Brasil? Pregunté yo, ¿porque Brasil?, a lo que él me respondió sin lugar a ninguna duda, porque ¡Brasil es el mejor!
Entonces mi curiosidad de niño empezó a explorar, leyendo libro tras libro y articulo tras articulo deportivo me hice un experto en la historia del fútbol, y encontré que no sólo Brasil era el mejor, también Italia era el mejor, Argentina era el mejor, Alemania era el mejor, pero Colombia… Colombia no era el mejor, y aunque en el 90 empatamos con los teutones, ellos salieron campeones y nosotros nos devolvimos a casa con el error de Rene Higuita (en el que personalmente siempre he hallado cierta culpa al afán de deshacerse del balón por parte del “Coroncoro” Perea) en el bolsillo.
Después empezó una época de oro, le hacíamos partido a Uruguay, le ganamos a Brasil en la Copa América del 91, y el 5 de septiembre de 1993 vencimos a la albiceleste en el Monumental de Núñez 5-0, le ganamos a los mejores, pero, ¿Por qué Colombia no era el mejor? , ¿Qué más teníamos que hacer?
En esa previa del mundial de los Estados Unidos, una cadena local colombiana hizo transmisiones todos los sábados de partidos clásicos de la copa del mundo, entonces, vi al Brasil de 1970, al Alemania de Beckembauer, a la Argentina de Maradona (la del 86) y entendí aún más porque eran los mejores; no sólo ganaban, jugaban bien, y al mismo tiempo no sólo jugaban bien, sino ganaban. Lo tenían todo, incluso el catenaccio Italiano venía con mochila de historia que hacía que la gente temiera a la defensa azurri. Eso no tenía Colombia, esa mochila que hacía que todos estos equipos estuvieran seguros de que siempre iban a ganar.
A pesar de sentirme siempre más identificado con el balompié gaucho, entendía porque Brasil era el mejor; conocí el “Jogo Bonito”. Los brasileros amaban el balón, tenían precisión, velocidad y gol, de hecho mi gol favorito en la historia de los mundiales sigue siendo el de Nelinho frente a Italia en 1978, porque además de haber sido un hermoso gol, era diferente, y eso era lo que tenía Brasil, por eso era el mejor, por eso Pelé le hizo un pase a un jugador invisible en 1970 solo para que apareciera corriendo Carlos Alberto a rematar a gol (nadie proyectaba los laterales en ese entonces), porque cuando lo posible no rendía resultados, lo imposible era el camino para la verde-amarela.
Este año tuve el enorme gusto de presenciar la mejor actuación de mi país, Colombia, en copas del mundo, no sólo la mejor porque llegamos hasta donde nunca habíamos llegado, la mejor por el juego, los resultados; y porque tenían esa magia de aquellos brasileros de antaño, cuando James anotó ese golazo frente a Uruguay, me di cuenta que habíamos aprendido una lección en el arte de hacer lo imposible, posible.
Pero este año también tuve la ingrata frustración de presenciar con mis propios ojos el día que el fútbol murió, a pesar de haber visto el quizá mejor mundial de mi vida, por goles, emociones y juego, todo se desmoronó después del minuto 68 del partido entre Brasil y Colombia por los cuartos de final del torneo orbital en el que David Luiz anotó de tremendo cobro de tiro libre el 2-0 a favor del scratch. Pues llegó algo que jamás esperé ver en ese conjunto brasileño que siempre había abogado por el buen fútbol, en una jugada sin mayor presión y riesgo por parte de los cafeteros, el lateral izquierdo Marcelo despejó de manera burda y desprolija el balón a la tribuna, mostrando que en este Brasil, cuando lo posible no se lograba, lo cobarde y anti estético funcionaba, minutos después, David Luiz quien había usado su prodigiosa derecha para anotar aquel golazo, la utilizó para despejar vulgarmente un balón que fácilmente hubiese podido llevarse jugando hasta el territorio colombiano. En ese momento se hizo evidente que Brasil no iba a jugar más el partido, que en contra de su gran historia, la selección local prefería atacar y maltratar a esa pelota a la que antes consentía y trataba con más respeto que cualquier otro conjunto del planeta, en ese momento en el que incluso para Brasil, la presión y el afán de ganar un trofeo pasaba por encima del hambre de jugar. En ese momento, los locales mataron toda una tradición de estética y respeto por el juego que hace al fútbol lo que es, en ese momento, donde “Los Mejores” vendieron su alma por serlo sobre un papel y no sobre la cancha, en ese momento, aquellos que siempre luchaban por darle vida al fútbol, lo asesinaron, y en su propia copa del mundo… ahí… ahí murió el fútbol.
Nicolas Villamizar
@Nicotine28