La felicidad de una dolorosa despedida

A veces, enfrentar la vida en momentos que no quisiéramos se convierte en una situación compleja. Aceptar que la vida es prestada y que no tenemos la potestad de decidir sobre cuando queremos partir se convierte en una incertidumbre que nos obliga a vivirla intensamente.

Así, tal vez, el día que nos llegue el momento de partir, lo haremos felices. Creo que así se nos va Miguel Calero. Feliz. ¿Cómo no? Si más allá de ser un hombre grande, 1.90, con brazos que caían en las rodillas y cara de pocos amigos, su alma era la de un niño. Un niño en cuerpo de gigante.

Fue ese niño el que me llenó de amargos ratos, cuando en los clásicos ahogaba el grito de gol americano, pero que le dio a los caleños una de sus mayores alegrías, volver a celebrar un título tras 22 años sin hacerlo y lo mejor, frente al eterno rival de patio.

Vistiendo la camiseta del Nacional, también hizo sus travesuras. La sujeción al ‘Tigre’ Castillo en la final frente a los escarlatas y que causó su expulsión, pero significó un título, es una de las jugadas que más recuerdan los hinchas paisas. Ese tipo de actuaciones lo llevaron a la selección, ganando la Copa América, y lo trasladaron a tierras manitas.

Allí dejó de ser niño para convertirse en leyenda. Llegó sin proponérselo, como él mismo lo dijo, pero sus atajadas lo catapultaron a lo más alto. No cumplió el sueño de los 400 partidos, jugó 395. Pero ¿a quién le importa? Con sus actuaciones, en la retina de los aficionados del Pachuca, serán mil y un juegos, mil y un voladas, mil y un salvadas, mil y un títulos, mil y un sonrisas y de paso, el más grande de todos.

Sus vuelos, de palo a palo, y que gracias a sus brazos, que se abrían cuan largos como las alas de un ‘cóndor’, hacían difícil vulnerar su vaya. Sus reflejos felinos y su risa, esa que no dudaba en mostrar, sin importar el momento, son lo que nos quedará en la mente de ese niño, ese pequeño, gran, ser que hizo del fútbol un espectáculo y que se denominó: ‘El show Calero’. Por eso se fue feliz, porque su vida fue un ‘show’ que nos lleno de risas y lágrimas, todas de alegría.

Sin embargo, hoy son de tristeza. Pero lo más seguro es que Miguel Calero en este momento ríe, como siempre lo hizo, esta vez, desde ese lugar a donde algún día todos tendremos que llegar para de nuevo, verlo volar. ¡Gracias Calero!