Del cuadrilátero a la opera (Opinión)

Análisis de las últimas semanas del FC Barcelona tras la ‘apoteósica’ victoria frente al Milan por Champions.

Tres golpes directos sin Knockout.

El primero, llegaba en la ida de los octavos de final de UCL, el Milan con un acertado planteamiento lograba desubicar, encerrar y opacar a un club que sin sus referentes habituales se vio hundido en la desesperación y perdió la partitura de esa sinfonía tan propia como maravillosa que desplegaba, presión, precisión y efectividad.

Clave: Entregar el balón, cubrir las bandas y hacer jugar a los culés por el medio, ahogándolos con una red de 9 hombres.

El segundo y tercero, partidos de vuelta de semifinal de copa del rey y jornada 26 por la Liga BBVA, El Futbol Club Barcelona tambaleaba del golpe recibido en Milán y se enfrentaba a un Real Madrid que dispuesto a aprovechar la situación que tomó las riendas y se sobrepuso, aplicó lo aprendido en los últimos años y desde lo táctico a lo practico paso por encima de un afligido, confundido y extraño club blaugrana.

Ejerciendo con perfección, Mourinho le dio las cartas a los suyos para efectuar dos partidos perfectos: Marcas al hombre desestabilizando el juego blaugrana y regalando poco espacio entre líneas, Busquets casi en la línea de centrales, Xavi bajando a recibir antes del medio campo e Iniesta cerrándose para apoyar al centro son algunas de las imágenes que dejaron este par de partidos. Enjaulando a Messi que sin espacios lograron opacarlo con menos faltas y menos metros para el arranque. Y por último, ejecutando un plan que conocen a la perfección, la contra, esa en la que no tardan más de 6 segundos en superar la espalda de la defensa rival.

Camp Nou, 12 de Marzo de 2013.

Tras una de las peores semanas vividas en esta época, el Futbol Club Barcelona que generaba dudas y revuelo por tres partidos que conmocionaron al deporte rey esperaba en el Camp Nou la llegada de aquel que le diera el primer golpe en esta lucha por recuperar la memoria.
Un partido del que se hablaba, sería el fin de una época tal como sucedía con el “Dream Team” hace 9 años (18 de mayo de 1994, AC MIlan 4 – FC Barcelon 0). Se especulaba sobre la influencia de Jordi Roura en el plantel, que Messi se había apagado, que Xavi se había cansado y que el equipo había perdido su estilo. Para los seguidores y amantes del club, lo único que quedaba era CREER.

Anoche, tras las declaraciones de Gerard Piqué (“El que no crea, que no venga al Camp Nou”) los aficionados, esos creyentes de un estilo, de una generación y de la épica acudieron a sus lugares de reunión para presenciar un partido de fútbol digno de ser, “La remontada de esta generación”.
Iniciaba el partido y pasados los tres primeros minutos el mundo entendió que el Barça había vuelto a la sinfonía, desde mi punto de vista, escrita por Vilvaldi.

Las cuatro estaciones.

Primavera.

Sobre el verde y perfecto césped del campo, el equipo renace y se hace grande, mostrando su tradicional y ya “conocido” juego de posición. Alta presión ejecutada sobre la zona de ¾ de campo rival, asfixiando desde el primer momento. Tres compases se llenan de luz y el balón hecho agua fluye por el campo sin opositor alguno, hasta que antes de que el total de los asistentes tomara su sitio, apareció el solista, aquel que con su pie más hábil hecho violín describió una parábola perfecta para colgar el balón sobre el Angulo superior de la portería de Abbiati.
Verano.

El fervor se paraliza tras una perdida inesperada, donde los cantos son arrebatados por un fuerte viento que en una contra genera la acción más representativa del rival, estrellándose contra el poste como el más ruidoso de los truenos en medio de una corta tormenta. Con el intenso y desbordante calor que emitía la grada, el cumulo de sensaciones colmaron de gloria a la orquesta por completo y reapareció el virtuoso solista, apoyado por el mago, para calcar el gol hecho hace un tiempo a un Manchester United en una final de esta misma competición.

Otoño.

Tal como dice la descripción de la obra original, “Los alegres campesinos celebran con danzas y cantos la recolección de la cosecha” la orquesta en menos de lo pensado había conseguido lo inimaginable días antes. El rival de a poco se viene abajo como las débiles hojas de los árboles, el solista embriagado de gloria continua dibujando travesuras a la espalda, si por fin a la espalda de sus captores y de la mano de sus tres aliados de la noche.

El pulpo, el coloso del medio campo, ese que celosamente atrapa cada balón para hacerlo suyo mientras retiene y destruye la moral del más hábil rival.

La batuta, el motor, la gota de lubricante que hace que el sistema fluya y funcione adecuadamente.
El cerebro, la magia hecha futbol. Ese que ve lo que ni desde el televisor se ve. El de los compases imposibles.

Invierno.

Una brisa glacial llena el alma de cada uno de los rivales cuando el verdugo que porta el siete en la espalda, con un delicado y fino corte, desgarra sus esperanzas guardando el balón dentro del arco por tercera vez.

El final de la obra se da, con un movimiento no habitual dentro del sistema. Un contragolpe que inicia el solista, lo continúa el velocista por excelencia y lo ejecuta con gran técnica un pequeño vestido de gigante.

Barcelona explota de alegría y la sensación de júbilo se extiende hasta la Rambla del Poblenou, allá donde imagino a mi amigo Mateo disfrutando de una noche de martes llena de sensaciones materializadas en una obra, ejecutada por once de los mejores intérpretes.

Por Rafael Navas C. @rafaelnavas14