Del Atleti a la prendería, un negocio rentable

Es cierto que ya se ha hecho más que una costumbre, una tradición, despedir ídolos en el Atlético de Madrid, por la puerta grande o la estrecha, de la mejor o peor manera. El hecho es que algo pasa en el Atleti: se ha olvidado de ser un club de tradición para ser una prendería transitoria de cracks.

El fútbol moderno
Todo se le atribuye ahora al fútbol moderno y yo soy uno de los principales enemigos de este “fútbol” que poco tiene de fútbol y mucho tiene de negocio. Ya lo decía Eduardo Galeano: “este hermoso espectáculo, esta fiesta de los ojos, es también un cochino negocio”. En la actualidad un buen jugador es considerado una valiosa mercancía, que según los intereses de aquellos que mandan, se compra, se cotiza, se vende y en el caso más triste se presta, así como un niño presta un juguete que ya no le satisface (pregúntenle a Diego Ribas).
El fútbol nació como deporte para los que querían jugarlo, después se convirtió en un vistoso espectáculo que atrajo aficionados; de la afición nacieron los socios, que solo por pasarla bien pagaban cuotas de mantenimiento y participaban de los éxitos y fracasos de aquellos a quienes patrocinaban. Con ese hecho, el fútbol cambió, empezó a mover dinero y el dinero mueve al mundo, de a poco los equipos crecen, se convierten en empresas y adiós a la magia que todo esto involucra.

Radamel Falcao García
Desde su llegada al Atlético, la despedida era un hecho que tarde o temprano la hinchada más pasional del viejo continente debía afrontar. Falcao, el mejor delantero centro del mundo, generó sentimientos con cada partido disputado, con cada título conseguido y cada sonrisa arrebatada a una afición acostumbrada al sufrimiento. Durante sus dos temporadas en el club colchonero el colombiano materializo ese sentimiento en las lágrimas de una despedida anunciada.

Tras su salida del Porto, Falcao era un producto de amplio espectro para la prensa a nivel mundial. Antes de sentarse con Enrique Cerezo, el colombiano ya tenía cara de blue pues el Chelsea pagaría millones de euros por sus servicios. Tras su primera temporada de rojiblanco ya había quienes le llamaban Hugo Sánchez, y Florentino le pasaba una servilleta como lo hizo en su momento con Zidane; a mediados de su magnífica segunda temporada ya era compañero de Rooney en el ataque del United, hasta que Sir. Alex puso fin al rumor. Finalmente fue el Mónaco, un equipo con pasado portentoso pero recién ascendido a la primera división francesa, el único que pudo desfilar con sus millones por los corredores del Vicente Calderón.
El romanticismo de la relación entre jugador y aficionado es digno de ser contado como la más triste historia de amor. El uno hacía feliz al otro respetando su papel en la obra. Falcao jugaba y marcaba, la hinchada coreaba y disfrutaba. Pero desde el principio sabían cómo terminaría y por eso el aficionado nunca mereció disfrutar de su crack. Por orden expresa y por tradición sabían que el Atlético de Gil Marín y Cerezo funciona como una prendería.

Falco siempre calló bocas y respetó su contrato públicamente, desde el principio dejó claro que tenía cuatro años de contrato con el Atleti y que no pensaba romperlo. Cerezo y Gil Marín optaron de nuevo por lo que mejor saben hacer, potenciarlo para después contar billetes.

La subasta
El Atlético, a final de cada temporada, parece una exposición de arte donde exponen la mejor foto de cada uno de sus jugadores, poniéndolos a la orden del hambriento canibalismo que evoca el fútbol actual.
Es verdad, el club colchonero vive endeudado, de préstamo en préstamo, sumido en un mar de números rojos que se incrementan conforme llegan los intereses. Pero alguien tiene la culpa de que el club afronte esa situación, ¿no? ¿Por qué todos los cracks llegan, desfilan, se cotizan y se van? “Todos lo comentan, nadie lo delata”.

Algunos nombres
Fernando Torres, Thiago Motta, Christian Abbiati, David de Gea, Sergio Agüero, Diego Forlán y Radamel Falcao son solo algunos de los grandes jugadores que han pasado por la plantilla del Atleti, pero que por dinero han ido a reforzar otros clubes.
La verdad de todo esto es que el Atleti, un club pasional, romántico y de tradición, jamás entró en el corazón de los que ahora lo apoderan. Los dueños siguen poniendo la chequera y sus cuentas bancarias por delante del escudo, de los colores y lo que esto representa, la visión apasionada de este ingrato deporte.

Conclusión
Falcao se fue como otros, pero a diferencia de ellos el colombiano lo hizo por la puerta grande, por aquella puerta por donde salen los héroes, los grandes hitos, aquellos que han sabido ser hasta el final grandes jugadores y grandes personas.

Nunca fue su opción, Falcao nunca quiso irse, sus lágrimas más que un victimismo actoral representan agradecimiento, un hasta nunca a una afición que siempre lo alentó y que hasta el último día coreó su nombre. Un reconocimiento al trabajo bien hecho, al esfuerzo y el corazón con el que defendió los colores del club que por siempre será su casa.

Por Rafael Navas C. @rafaelnavas14